sábado, 11 de febrero de 2012

Todo depende del estado


 

“¡Todos los incurables tienen cura
cinco segundos antes de la muerte!

No te des por vencido, ni aún vencido.
No te sientas esclavo, ni aún esclavo.
Trémulo de pavor piénsate bravo
y arremete feroz, ya mal herido.”

Pedro B. Palacios "Almafuerte"



Me quite el pelo de la cara, y observe mis manos durante unos instantes, pidiendo algún tipo de ayuda, algún tipo de símbolo, algo, que me devolviese el valor que hasta hace instantes ostentaba, y hacia flamear entre mis compañeros, que yacían casi tan desvalidos como yo. Entre las rejas, de nuestra prisión momentánea, de nuestro purgatorio, entraban los rayos ardientes de un estío  que ya casi estaba llegando a su fin. Afuera, podíamos ver un verano con flores que habían colmado cada esquina y cada plaza, un verano en el que las aves habían sido la única mancha en el cielo de días hermosamente soleados, un verano, en el que los niños habían jugado hasta que sus madres los llamasen ya entrada la noche calida, un verano en el que las mujeres habían usado poca ropa, debido al sol abrasante… y yo, no había podido pasar ni un instante debajo ese cielo celeste, desde mi aprisionamiento, las noches se hicieron eternas dando vueltas en la cama estrecha, con la pesadilla constante de este día, y los días, una tortura constante, hablar, respirar, incluso pensar, era una forma de acercarme al cruel momento final, y a pesar de pensar mil planes para evadir la sentencia, para escaparme antes de la fecha señalada, el tiempo pasaba y ningún resultado parecía lógico, las rejas de mi prisión anterior, hubiesen sido fáciles de arrancar, la ventana no estaba lo suficientemente ajustada, pero la caída me hubiese matado, y cuantas veces lo abre pensado, saltar e irme volando como pájaro a oler las flores, pero no, cada minuto paso, con una marcha inexorable y segura, cada hora salto por la ventana, escapando entre las rejas, y cayendo hasta desaparecer, y cada día, dejo un sol burlón, que me sonreía consiente de mi encierro mientras se perdía en el horizonte. Y ahora, estoy aquí entre los otros condenados, en sus ojos puedo ver el mismo encierro que el mío, valla a saber uno que dolores peores o menores que los míos experimentaron cada uno de ellos, y aunque las palabras eran pocas, los rostros hablaban por nosotros, pálidas caras, en las que lo único de color oscuro, eran las ojeras de noches sin dormir, me encontré reflejado en cada uno de ellos, en sus caras de miedo, en sus ganas de escapar de allí, aunque tampoco hubiese salida, y por un momento, preferí volver a estar encerrado solo donde yo era conciente solo de mi tristeza, y no tenia que compadecer también a los demás. Apoyada contra una pared se encontraba una joven, su cabello castaño a pesar de estar rematado en una fuerte cola de caballo,  estaba maltratado, y su ojos rojos, aun no estaban del todo secos, la puerta se abrió, todo el mundo se quedo quieto conteniendo la respiración, nadie quería ser el primero a pesar de que a todos nos esperase el mismo destino, nadie deseaba caminar aquellos pasos hasta atravesar la puerta, ella fue la primera, y como si su cara ya hubiese sido cincelada por llantos anteriores, las lagrimas bajaron rápidas hasta su mentón, y cayeron al piso mientras ella caminaba hacia la puerta, sus pasos cortos se tambaleaban, como queriendo retrasar lo inevitable, un nudo me cerro la garganta al sentir el golpe seco de la puerta detrás de ella. Gire al ver las reacciones del resto de los abatidos, todos parecían haber sufrido al ver a esa joven caminar hacia el final del pasillo, hasta hubo un joven de tes morena y ojos claros que se persigno mas de una vez, me deslice por la pared hasta llegar a sentarme en el suelo, y lo único que recordé fue un poema que leí años atrás, cuando era libre:

“Procede como Dios que nunca llora,
o como Lucifer que nunca reza,
o como el robledal, cuya grandeza
necesita del agua y no la implora.”

Y el tiempo, maldito traidor que había caminado tan lento durante mi encierro, ahora corrió hasta que pude escuchar mi nombre, volví a correr el cabello de mi cara y me acaricie el cuello, no recuerdo cuantos habrán pasado antes que yo, nunca quise contarlos, y me incorpore, lentamente camine hasta el final del pasillo, donde la puerta me esperaba abierta, sin que una lagrima cruzara mi rostro, sin que ninguna plegaria saliera de mi boca, me di vuelta, y mire a mis compañeros de encierro, y sin pedir ayuda les sonreí, intentando levantarles un poco su propia confianza, gire de nuevo, sin saber si había tenido resultado o no mi intención y cruce la puerta


Ellos me despacharon rápidamente, apenas solo 3 preguntas, una por cada uno de los sentados en esa mesa, que yo no pude contestar, sabia que no podía hacerlo, sabia que era imposible sacar geografía, la materia la iba a tener que rendir previa en julio y que todo el verano, había sido entupidamente desperdiciado


Todos los incurables tienen cura
cinco segundos antes de la muerte.

Todas las preguntas tienen respuesta
cinco minutos después de la discusión.



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